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Leo Taxil y el Fraude Masónico

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Leo Taxil y el Fraude Masónico

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Leo Taxil y el Fraude Masónico

Escrito por:
La Redacción

"El público me hizo lo que soy, el archi-mentiroso de la época, porque cuando comencé a escribir en contra de los masones mi objeto era diversión pura y simple. Los crímenes puestos en su puerta eran tan grotescos, tan imposibles, tan ampliamente exagerados, que pensé que todos verían el chiste y me darían crédito por originar una nueva línea de humor, pero mis lectores no lo entendieron así; aceptaron mis fábulas como las verdades del evangelio, y cuanto más mentía yo con el propósito de demostrar esas mentiras, más convencidos se volvieron ellos de que yo era un la pura imagen de la verdad ".  Leo Taxil (Marie Joseph Gabriel Antoine Jogand-Pagès)


 

El Fraude Taxil

Si algo no es sujeto de interpretación en la masonería es la figura del sabelotodo antimasónico, especialmente prolífico en países donde la masonería todavía conlleva el estigma de la persecución, el sabelotodo antimasónico se presenta en muchas formas, pero a menudo se deba ver en la forma de ese cuñado que cree en la última conspiración que ha leído, ya sea sobre asesinatos, nuevo orden mundial, luciferianismo, o Baphomet.

Si nunca has oído hablar de “El fraude Taxil” o su autor, Leo Taxil, estás en el sitio adecuado. Todo masón debe tener el conocimiento mínimo que le permita poner al cuñado en su sitio en esa cena de navidad. 

Leo Taxil (nacido como Marie Joseph Gabriel Antoine Jogand-Pagès) fue un periodista y escritor francés del siglo XIX que no soportaba a los católicos o masones. Después de escribir y formar parte del mundo anticatólico durante unos años, comenzó a contar historias espeluznantes y cada vez más ridículas sobre acontecimientos extraños que supuestamente sucedían en las logias masónicas de entonces, la masonería en su mayoría, no solía responder a ninguna de las tonterías de las que se la acusaba, por lo que, en los planes de Taxil, cuanto más rocambolesca la historia, más crédulos y estúpidos parecerían los católicos al desvelarse el fraude.

Sin embargo, llamó la atención de los líderes de la Iglesia Católica anti-masónica que no entendieron el chiste y se tragaron toda la mordaza como algo serio, incluido el Papa León XIII. El pontífice acababa de publicar su encíclica antimasónica, Humanum Genus, en 1884, por lo que los escritos de Taxil el año siguiente le venían como anillo al dedo.


El segundo tomo

El siguiente libro fue incluso más ridículo. Acorde a la versión de Leo, los masones hacían flotar mesas en el aire, sacrificaban animales, modificaban la materia y podían atravesar paredes. Motivado por generar un morbo sexual, Taxil se inventó una masonería femenina liderada por una mujer misteriosa y sensual llamada Diana Vaughan. (Su mecanógrafa en la vida real.) Sentando las bases de un inventado Rito Palladiano, donde entraba el juego la magia, el sexo y el satanismo. Mezclaba conceptos antisemitas, llamando “Sinagogas de Satanás” a las misas negras que en su cabeza sucedían, y eventualmente incluiría personajes reales como Albert Pike, masón real, que ya fallecido, no podría defenderse.

Folletos, panfletos, libros… Leo Taxil llenó de fantasías más de 2,000 páginas. Un oscuro y satánico Harry Potter que el plebeyo católico desinformado de la época tomó por cierto. Leo Taxil se reía, y su éxito y su fortuna siguió creciendo.  Mientras tanto, fue invitado en 1887 a una audiencia con el papa.

Apenas una década después, en 1896 el papa León seguía tan preocupado que organizó un Congreso antimasónico en Trento, Austria, con más de 1,000 asistentes y 36 obispos. Poco después, miembros de la comunidad católica de América llamarían al Vaticano para decirles que estaban siendo engañados. El Vaticano se apresuró a llamar a Taxil.

La Revelación

Leo Taxil reunió a una audiencia en París en 1897 en la Sociedad Geográfica para hablar de su última "revelación", y luego admitió alegremente en el escenario a la audiencia que todo había sido una mentira fabulosa. La multitud se volvió loca, los periódicos de toda Francia publicaron su confesión, y Taxil se retiró a Suiza. Desde entonces no se supo más de él. Pero las acusaciones satánicas y la leyenda negra permanecen. Hasta la broma “de la cabra” en masonería, proviene de aquí:

"Antes de que un hombre sea admitido en los grados más altos, se le vendan los ojos y se le lleva a una habitación donde una oveja viva está tendida en el piso. La boca y los pies del animal están asegurados y está afeitado, de modo que su piel se siente al tacto como la de un ser humano. Al lado del animal se coloca a un hombre, que respira pesadamente, fingiendo luchar contra enemigos imaginarios. El candidato debe comprender que el cuerpo de la oveja es el de un masón desleal que reveló los secretos de la orden y debe morir de acuerdo con alguna ley antigua, el candidato hecho verdugo, como advertencia para él.

Luego le dan un gran cuchillo, y después de que un ceremonial sea persuadido de 'matar al traidor', es decir, clavar el cuchillo repetidamente en el cuerpo de la oveja, que él imagina que es el de un ser humano desconocido, su hermano. Por lo tanto, cada masón es un asesino en espíritu al menos, si no en realidad, porque a veces los masones traicioneros toman el lugar del animal".

Ni que decir tiene, que esto es todo un invento.

El Trasfondo

Las patrañas de Taxil fueron amplificadas (y financiadas) por el Vaticano, que tenía un obvio interés en que la historia fuera cierta. Para ponernos en situación, no hacía mucho que el Vaticano había perdido el control de Italia y el último de los Estados Pontificios en 1870. Desde el año 800 hasta 1808, el Vaticano controlaba principalmente el centro de Italia y, finalmente, una porción del norte. Las hazañas de Napoleón alteraron severamente el mapa, pero la eventual unificación de Italia finalmente despojó a la Iglesia de todos menos los pocos bloques cuadrados en Roma conocidos hoy como Estado de la Ciudad del Vaticano.

El Papa estaba desesperado por recuperar el tipo de influencia cultural y política generalizada que la Iglesia había disfrutado en gran medida durante más de 1,000 años, y los masones y otros "librepensadores" representaban una gran amenaza para esa influencia. En los cien años anteriores, los masones habían sido identificados con revoluciones en América del Norte y del Sur, Francia e Italia y uno de los mayores pilares que defendían era la separación estado-Iglesia, para ofrecer educación pública en lugar de escuelas controladas religiosamente, elegir líderes democráticamente en lugar de depender de los derechos divinos de los reyes (o papas), la "libertad de religión" y más. Como resultado, el Papa Leo vio a los masones como luchadores contra todo lo que la Iglesia representaba. Es casi increíble que el actual pontífice, el Papa Francisco, aparentemente piense lo mismo hoy.

Para cerrar, y como anécdota, resaltar el nombre real de éste fraudulento cómico, Marie Joseph Gabriel Antoine Jogand-Pagès, quien decidió por iniciativa propia usar el nombre artístico “Leo Taxil”, que se parece una barbaridad al del pontífice, Leo trece o Leo Xill. Casualidad? Lo dudo.